En los últimos años esa indiscernibilidad se transformó en un borde sobre el que vienen haciendo equilibrio ciertxs artistas contemporánexs, una especie de sutura del viejo debate por unión de ambas orillas. Este cúmulo de artistas encontró una barca donde olvidar ese enfrentamiento y navegar el oleaje con bandera blanca. Las obras de Carolina Simonelli, Carla Bertone, Keiko González, Jesu Antuña, Luciana Levinton, Niño Grande, Pablo Sinaí y Carolina Magnin confluyen en ese campo fértil destruyendo el binarismo del debate.
Voluntariamente alejadxs, temporalmente distanciadxs de aquella discusión, estxs artistas trabajan en zonas limítrofes encontrando lo abstracto en los elementos de la naturaleza y en las vistas más corrientes, o descubriendo que lo real suele presentarse como una forma abstracta, impredecible e inexplicable. En los colores, en las formas y en los planos late lo real; y en las figuras tenuemente reconocibles late siempre una explosión que las deforma al punto del desconocimiento. Esa es la premisa. Estas obras, estxs artistas, no transitan ni una tendencia ni la otra: recorren al inverso el camino que las imágenes antes usaban para escapar, como si ingresaran por la puerta de emergencia a la trama visual que anuda las subjetividades contemporáneas, donde reinan la memoria, la metafísica y la naturaleza, entre otros territorios.
En la serie “Múltiple” Pablo Sinaí construye tramas de matiz decorativo a partir de la multiplicación de la forma de una mariposa, y a pesar de la precisión y belleza geométrica de sus pinturas, en un momento la trama comienza a atraparnos lentamente para dejarnos adentro. La obra “Yo solo quería ver lo que había adentro” de Carolina Simonelli es la manifestación desmesurada del interior invisible de las cosas naturales: un latir orgánico, tibio y lento de formas que, por su despliegue y materialidad, invaden al cuerpo y espejan su tacto interno. En un envión similar, las fotografías de Carolina Magnin pertenecientes al proyecto “Narbe” se concentran en los hongos activos que anidaron en fotos y negativos de archivos médicos y familiares. Con ese gesto, Magnin le da protagonismo a lo impío de la materialidad fotográfica y devela la mutabilidad del celuloide al mismo tiempo que la fragilidad de las imágenes, presentando lo que sucede al interior de la materia como formas abstractas del paso del tiempo. Esto es algo que también sucede en las fotografías de Jesu Antuña, de la serie “La última vuelta alrededor del sol”. En su gradiente de colores violáceos y amarillos, donde lo único que se ve es el fantasma rectangular de distintas fotos de archivo que expuso gracias a la acción del sol, Antuña produce una imagen abstracta del mecanismo de la memoria: un lento desaparecer y un lento aparecer, en simultáneo.
Si se trata de desfigurar la realidad más inmediata, las obras de González, Levinton y Niño Grande desestabilizan, cada unx a su manera, los pilares internos que sostienen a los objetos y las cosas: Levinton haciendo volar sus arquitecturas, transformando ciertos edificios emblemáticos en formas flotantes extemporáneas; González sirviéndose de la capacidad del ojo por reconocer el ablandamiento del horizonte, de la ventana o de las tazas de sus vistas cotidianas; y Niño Grande aplanando y nivelando informaciones visuales de orígenes contradictorios, mixturando la pulsión popular de las imágenes con la delicadeza del arte decorativo oriental, como si encontrara sus garrafas en la virtualidad de internet, donde lo tangible y lo ilusorio pueden enhebrarse.
Por último, las obras de Carla Bertone corporizan formas abstractas, y en su “matematicidad”, en su perfección material y su filigrana precisa, modifican los espacios que las rodean, transformándose en portales de acceso a otra dimensión posible, donde quizás exista la estructura ósea de la realidad inmediata que vivimos. Por eso la pieza “Hipnótica” y sus formas cristalinas seductoras es la obra más cercana la entrada a la sala, y a este universo entero de imágenes dislocadas.
Después de más de un año de una situación mundial anómala, este grupo de obras no le está escapando a nada, no se presentan hoy como vehículos de un desentendimiento ante lo urgente e inmediato. Porque tal vez la solución no es salir del arte y abandonarlo, sino entrar al territorio de las imágenes con el afán de encontrar nuevos rincones del polígono visual en que se ha convertido la sociedad con el deseo de hacerla más habitable.
Marcos Krämer – Invierno de 2021